viernes, 20 de abril de 2012

foto del infojardin.com

Hacía tiempo que había abierto la puerta blanca, descubriendo detrás de ella un camino de losas azules, que se perdía en el infinito. 

Comenzó recorriéndolo primero a cuatro patas y después aprendió hacerlo solo en dos.

Aquel camino se alargó tanto en el tiempo, que ya no había vuelta atrás. Los segundos se  habían convertido en minutos, los minutos en horas y las horas en pequeños instantes que formaban un nuevo día.

Paso a paso se encontró con piedras con las que tropezaba dos veces si cabe y que venían acompañadas de días grises con tormentas, lluvias y truenos que había que aprender a aguantar y superar. Pero esos días daban paso a otros más soleados y despejados por los que merecía seguir adelante. 

En su caminar descubrió que no solo había un camino de losas azules, sino que había muchos otros.

Por un lado los negros y grises de los que había que alejarse. Pues tiraban las piedras que ellos no podían superar, haciendo el andar más difícil. Y otros, verdes, morados, rosas… e infinidad de colores, en los que descubría muchos amigos con los que compartía los malos días haciendolos más amenos y los más soleados siendo más brillantes. 

Hoy en un día lluvioso, uno de esos caminos con los que había compartido tantos buenos ratos,  giró hacia un lado y tomo otro rumbo.

Quién sabe si el suyo o el mío volverán a girar y nos volvemos a cruzar. Pero lo que sí está claro, es que juntos andamos parte del camino,  y bien dicen que el camino se hace al andar.  
jueves, 19 de abril de 2012



 

Descansa al borde de un acantilado, un banco de piedra de los de antaño. Con paso lento y garrota en mano se apresura a sentarse en él, el veterano anciano. 

Le sigue una ingenua anciana que se sienta al otro lado, y despacio ambos descansan sus ojos sobre el cielo azulado. 

Las olas interrumpen el inesperado silencio que entre amos se ha creado.  Se mira uno, se mira el otro y en su mente un solo pensamiento: ya somos ancianos. 

Cogidos de la mano, sellan una vida juntos. Cierran los ojos y así uno apoya la cabeza en el otro dejándose llevar por el  descanso eterno.
lunes, 16 de abril de 2012

“Vestía un lindo traje largo,  de seda blanco con pliegues y un cinturón rojo con flores de tul que adornaba mi talle antes más delgado que ahora…”- en ese momento de la grabación se escuchaba a Madeleine reírse, al recordar aquel relato que me dejo como legado. 

Mi adorada anciana, a la que había conocido hacía dos años cuando me mudé a la casa de al lado. Me había acogido como una nieta más, regalándome una sonrisa cada mañana y una taza de té cada tarde que era posible.

De aquellas tertulias, sentadas en aquel sillón acogedor de su comedor,  siempre terminaba diciéndome:
“Clara, te tengo que contar una historia de esas de película, que espero que nunca olvides. Porque te aseguro que el mundo tampoco se olvidará de ella”.

Y fue así, como muerta de la curiosidad, me acerqué aquella tarde de agosto a su casa y le dije: Madeleine, aquí estoy con una grabadora. ¿Me regalas un té y esa historia que me prometiste contar algún día?. 

Y ella encantada,  preparó té y me acomodó en aquel sofá blanco en el que ahora, estaba sentada de nuevo con una taza en las manos, y escuchando aquel relato que surgía del incesante giro de la cinta de la grabadora.

“… tenía el pelo recogido con un adorno en forma de mariposa y me había pellizcado los mofletes para tener ese colorcito sonrojado en las mejillas. Bajé por aquella escalinata de suave madera dorada, presidida por un ángel que parecía cuidar la estancia principal y que estaba cubierta por una alfombra roja. Las lámparas colgaban del techo como si fueran un racimo de diamantes que le iluminaban a él, a mí apuesto pretendiente Harry.

Fue una velada única, con anillo de diamantes incluido y canción dedicada por parte de la orquesta. Te puedo asegurar que en ese instante yo era la mujer más feliz del mundo.

 Hasta que… escuchamos un ruido como si un tren  estuviera parando en la misma cubierta del barco…”-en ese punto su voz se quebró  cambiando el tono, y dando lugar a una profunda melancolía.

“… tenía mucho miedo Clara, nos dijeron que no pasaba nada. La orquesta siguió tocando y la gente algo aturdida, intentó volver a sus charlas nocturnas. De algún modo, por espacio de poco tiempo, se volvió a implantar la normalidad, pero  en un abrir y cerrar de ojos,  todo se volvió caos.

El suelo empezó a inclinarse, las copas y la vajilla resbalaba de las mesas haciéndose añicos y los ruidos se volvieron persistentes. Se escuchaban gritos de niños, de mujeres y a hombres dando órdenes que escapaban a mi comprensión. Pues estaba tan aturdida que solo escuchaba ruido, era incapaz de prestar atención a sus palabras. 

Vi gente correr hacia la parte superior del barco con la ropa empapada, gente que no había visto en todo lo que llevábamos de trayecto. 

Harry tiró de mi mano sacándome de aquel estado de letargo, para darme cuenta que estaba viviendo una auténtica pesadilla”-se escuchó un silencio en la cinta. Recordaba claramente la cara de Madeleine, sombría, conteniendo las lágrimas que asomaban a sus lindos ojos marrones. 

“… ya en la cubierta del barco, Harry siguió arrastrándome entre la marea de gente que se agolpa como podía a las barandillas. Era imposible caminar, el suelo se inclinaba cada vez más.

Yo miraba a un lado y a otro. Los pocos botes eran deslizados hasta el agua  con pasajeros. Había gente que se precipitaba al vacío al no haberse podido sujetar bien, golpeándose con cuanto objeto encontraban en el camino.

Pero lo peor Clara, es que la desesperación de la gente hacía que saltarán a las profundas y oscuras aguas, sabiendo que su fin iba a ser el único que podían encontrar, la muerte.  En ese momento  lo único que me propuse, fue no soltar la mano de mi prometido para irme al fondo del mar con él.

En frente de un bote que ya había emprendido su descenso hacía las frías aguas,  compuesto por apenas 28 personas de las 60 que podían viajar en él, fue donde Harry  me trajo hacia si dándome un beso y distrayéndome de sus intenciones. 

Me cogió y me lanzó por la barandilla  cayendo dos metros más abajo, en el bote. Solo había un dolor, y era el de no haber sido capaz de reaccionar a tiempo, para quedarme con mi prometido en aquella cubierta. 

Mi mirada se posó en su figura, cada vez más lejana, y ya a una decenas de metros de distancia, vi como el frio agua parecía tragarse aquel gigante de metal y ahogando un gran lamento en el mar.

Después surgió el silencio acompañado de los quejidos y los lamentos de las miles de personas que yacían en el inmenso mar.  

Clara, esa fue la última vez que vi a Harry con vida. El único recuerdo que me dejó,  fue  la rosa blanca prendida en su ojal, que en ese momento descansaba en mis manos y que debí de arrancarle al agarrarme a su chaqueta cuando me lanzó.

Desde entonces, soy la viuda de la rosa blanca como me apoda el empleado de la floristería, donde siempre  me guardan rosas blancas como estas que adornan  mis jarrones”

La cinta dejó de girar llegando a su fin, y yo me encontraba todavía sentada en aquel sillón blanco de su casa, con la taza de té en mis manos y recordando su semblante al contarme aquella trágica historia.

Recogí la grabadora y me encaminé hacia la mesa de comedor donde descansaba el florero con rosas blancas. Tomé una y me acerque a la estancia que estaba presidia por su féretro.

Coloque entre sus manos aquella rosa blanca, pensando que si existía otra vida se la devolvería a su adorado Harry, el cual como ella decía, la esperaba en aquel salón del gran TITANIC.

En memoria de todos aquellos que hace 100 años perdieron sus vidas.

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