domingo, 6 de mayo de 2012


Foto de latetafeliz.blogspot.com


Amanecía un día espléndido de Mayo. Día de sol, temperaturas agradables y cantos líricos de pequeños gorriones que acompañaban a la lectura. 

Sentada  en el patio de la casa de mi abuela, con el sol bañando mi blanquecina piel. Me había perdido entre los párrafos de aquel libro, que me transportaba a una historia de la Barcelona del s. XIX. Cuando mi madre, entre estruendos salió al patio cargada con un montón de cosas. 

Transformó  la mesa del patio en su mayor taller. Dejando sobre la mesa pinceles que según la caja rezaban como abrazos, pinturas denominadas besos y una paleta llamada caricia.

Sobre un caballete posó un lienzo blanco y me obligó a jurarle, que aunque la curiosidad me matase no hiciera nada que para ver aquella, que como ella denominaba, iba a ser su obra de arte. 

Yo extrañada, la miraba por encima de mi libro,  pues no solo no sabía de donde había sacado todos aquellos artilugios, sino que  tampoco  tenía ni idea de donde había aprendido a pintar.

Preparada para el asalto al lienzo, comenzó diciendo:

“mejor utilizo este beso de color verde y lo mezclo con un beso de color blanco. Para esta zona utilizaré el abrazo nueve y para aquella el ocho…”

No daba crédito a lo que mis ojos veían, a lo que mis orejas escuchaban. Trataba de mirar las líneas de mi libro que se volvían borrosas cuando escuchaba a mi madre:

“Madre mía, ¡me está quedando impresionante!, estoy proyectando todo mi cariño en este cuadro… aquí le falta un poco de beso rosa”. 

La espera a que finalizará duró una eternidad. Intentaba una y otra vez volver de un modo absurdo a mi libro, pues no daba crédito de la situación, y al final siempre terminaba mirándola de reojo y por encima de él.

Con una sonrisa de oreja a oreja y con un destello en los ojos,  que jamás vi en ellos. Concluyó el trabajo con la mayor satisfacción del mundo y dando la vuelta al lienzo, añadió:

“¡Eh aquí mi creación! Ha salido de mí, creada con la mayor ilusión, con cariño y mucho amor”.

Cuál fue mi sorpresa al ver que era mi rostro el que se vía reflejado en su lienzo. Fue en ese momento cuando comprendí  que con cada pincelada que ella había dado, me estaba recreado con las mismas emociones que sintió, la primera vez que vio. 

¡FELIZ DÍA DE LA MADRE!
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