lunes, 11 de junio de 2012


Me encanta mirar desde la ventana del coche, el paisaje que se dibuja en el exterior. Es como capturar la imagen, para posteriormente enmarcarla en un cuadro colgado permanentemente en la memoria.

Imagina ver, en un fondo azul cielo con nubes de algodón, campos donde predominan los colores amarillos, verdes y marrones. Donde los cultivos de cebada, los olivares y los terrenos recién arados se entremezclan en una cuadrícula desigual,  formando manchas  separadas por lindes imaginarias, que empiezan por el terreno de un vecino y termina por el del siguiente dueño.

Colinas extensas comunicadas por caminos de tierra y adornados de vez en cuando por algún puente, que permite el paso sobre un río seco, acompañado por frondosos árboles que siguen en su empeño de que algún día, su cauce volverá a ser como antes.

Así es el paisaje que ven mis ojos tras el cristal, que automáticamente empiezo a bajar dejando pasar la suave brisa, que trae consigo el olor a campo, a pureza y a tranquilidad. Porque así son los campo de Castilla, los campos de mi tierra natal.
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