lunes, 22 de julio de 2013


- En la vida hay dos tipos de amor, los que se quedan y los que se van. Yo siempre tuve los segundos, los que un buen día aparecen trajeados de cariño, maquillados de bondad y perfumados de un amor irreal. Una nube vaporosa que desaparece cuando te das cuentas que sus ojos miran a otra- sonrió mientras de reojo miraba a su compañera de banco.

- Sin embargo a veces se marchaba uno y aparecía otro, el querer se parece tanto a una adicción... Sabes, esa adicción solo se cura cuando llega el verdadero y yo todavía tengo la esperanza de conocer el amor, el amor que se queda... - volvió a soltar un puñado de miga de pan a la sombra del arco, mientras giraba la cabeza a la derecha.

Una locomotora en marcha se aproximaba, proyectando a su paso una delgada línea de humo blanco. La sirena anunciaba su próxima parada: Puerta de Alcalá.

-¿Lo ves?, ¡ya está aquí! Hay que saber esperar el tren adecuado- Dijo soltando el último puñado de migas de pan.

Sus lentos pasos, se encaminaban hacia los peldaños que daban acceso a la cabina de la locomotora, donde esperaba un apuesto anciano trajeado y bien perfumado. Tenía los brazos extendidos hacia ella, ofreciendo una felicidad inusual, que ella recogió con gusto. 

Desaparecieron en el interior de la locomotora que volvía a ponerse en marcha, alejándose poco a poco hacia la calle Alcalá y dejando tras de sí un rastro de pequeñas nubes blancas, que se quedaban flotando en el aire formando pequeños corazones.

Tras su paso, quedaba una muchacha  sentada con cara de asombro, paralizada por lo que acababa de ver. Había sido testigo de la llegada del tren del amor, de ese que llega por railes desconocidos y se queda sin importar cúal sea la edad.

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