Una hora en metro da para muchas lecturas y aunque habitualmente voy con el libro electrónico de vez en cuando me hago con una joyita en papel.

Ahora bien, no hay nada que me moleste más que llevarle impecable sobre mi  regazo, con una delicadeza infinita y que una mujerona con su supermega bolso se siente al lado y se lo lleve por delante.

Te quedas mirándolo como si fuera un pajarillo que se ha quedado espachurrado después de verle caer de su nido ¡Ah! pero luego... ¡ardo en cólera! si no fuera por la infinita paciencia que Dios me ha otorgado, me liaba a mamporro limpio con la susodicha. Eso sí, del metro no se baja ¡¡sin que la funda con la mirada!!